¿Te has perdido alguna vez? Yo sí… ¡es una pesadilla! Recuerdo una vez cuando vivía en un pueblo del estado de Hidalgo, en México, que un amigo llamado Samuel me pidió que viajara con él para visitar una comunidad metida en la sierra que su padre había fundado muchos años antes. Lo que no me comentó fue que teníamos que rodar varias horas de carretera y terracería, y que además caminaríamos por las montañas unas horas más. El gran problema fue que Samuel no recordaba el camino.

Le pedí a otro amigo que nos acompañara y arrancamos. Después de manejar dos horas para llegar a la ciudad donde vivía Samuel, lo recogimos y seguimos otras tres horas por carretera hasta un camino de tierra. Estaba lloviendo y había neblina. Manejamos otra hora y media más de terracería y de repente Samuel volteó a verme para confesar que estábamos perdidos, ¡y allí empezó la odisea!

Consiguió a dos niños para que «nos guiaran» a pie en medio del monte y comenzamos a caminar horas por una brechita, cargados con una planta de luz, un proyector, una mesa para el proyector, gasolina, etc… Nos resbalábamos en el lodo que había por la lluvia y mi otro amigo, que estaba muy pesado, ya no podía seguir subiendo la montaña por su sobrepeso. Así que, dejé a Samuel con mi amigo allí y seguí con los niños.

Se hizo de noche y ya no veíamos nada; después de caerme varias veces por tanto lodo, ya estaba molesto por todo el caos. De repente aparecieron unos perros y me emocioné pensando que ya estábamos cerca, pero los niños comenzaron a llorar diciendo que eran ¡perros salvajes! Como pudimos, nos defendimos y milagrosamente se fueron dejándome con dos niños llorando y yo queriendo llorar con ellos también ¡Quería matar a Samuel! Eso es exactamente lo que pasa cuando te pierdes…

En resumen: (a) no nos perdimos a propósito; (b) todo se enredó muy rápido, y (c) el camino en el que nos metimos determinó nuestro destino. De esto último quiero hablarte…

Si estás en Panamá, es imposible tomar un avión hacia la Ciudad de México y aterrizar en Tierra del Fuego. Eso es absurdo. No se puede llegar a un destino diferente de la ruta que tomamos. Eso fue lo que nos pasó a mis amigos y a mí en la sierra: nos metimos por el camino equivocado, y el camino en el que nos metemos determina nuestro destino. Es el camino, no nuestras intenciones ni nuestros planes, lo que determina a dónde llegamos.

Mucha gente actúa así en su vida. Déjame darte algunos ejemplos…

  • Quiero desarrollarme como un gran líder. Así que voy descuidar mi crecimiento personal.
  • Quiero contar con la confianza de mis padres. Así que les mentiré.
  • Quiero tener dinero. Así que dejaré de estudiar.  Me levantaré un poco más tarde hoy.
  • Quiero adelgazar. Así que, ¡dame otra hamburguesa por favor!
  • Quiero tener una gran relación con mi esposa. Así que no me esforzaré para conquistarla y no pasaré tiempo con ella intencionalmente.
  • Quiero seguridad financiera. Así que me endeudaré con tarjetas de crédito.
  • Quiero una familia muy unida. Así que trabajaré 12 ó 14 horas diarias.
  • Quiero que mis hijos me respeten. Así que cometeré adulterio.
  • Quiero envejecer y dar lo mejor a mis nietos. Así que descuidaré mi salud.

No podemos tomar un camino y esperar que «mágicamente» lleguemos a otro destino. Así que la pregunta es: ¿En qué camino andas? Porque tu camino determina tu destino.

Haz esto esta semana: Escribe una lista de las principales áreas de tu vida y hazte la pregunta: «¿En qué camino ando…?». Pídele a alguien que te ayude, pregúntale: «¿A dónde crees que me llevará este camino?».

Por cierto, mis amigos y yo nunca llegamos al destino que queríamos (obvio). Pudimos regresarnos y llegar sanos y salvos a nuestras casas. ¿Cómo salimos? De eso voy a hablarte la próxima vez…

Yo soy Juan, y quiero que decidas mejor, ¡para que vivas mejor!

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